lunes, 25 de enero de 2010

reflexiones sobre la tragedia en Haiti

CONMOVIDO POR LA TRAGEDIA DE HAITI



Por Luís Brunati

Ex docente UBA





POBREZA

Haití tiene 9 millones de habitantes. Esta ubicado en la isla La Española , lugar al que arribo Cristóbal Colón el 12 de octubre de 1492 y definió como "el paraíso".

El 80% de la población haitiana sobrevive con menos de un dólar diario. El desempleo ronda el 80%. El salario promedio no supera los 50 dólares mensuales. EL 75% de las viviendas son de madera y chapa. El 60% de la población no tiene agua potable. La mortalidad infantil es de 59,7 por mil nacidos vivos, la más alta de América La expectativa de vida es de 49,1 años



OPULENCIA

El 10 % más rico de la población se reparte el 50% del ingreso. La belleza de la isla y sus playas paradisíacas son el principal atractivo de un turismo súper selecto, atendido por medio centenar de hoteles de gran categoría cuyas tarifas oscilan entre 80 y 190 dólares en el caso de las ofertas y superan los 500 dólares para las opciones más lujosas. Varios hoteles poseen "espa", casinos e incluso canchas de golf. Haití es junto con la Republica Dominicana , ubicada en el extremo oriental de la misma isla, uno de los reductos de de la prostitución infantil



INGERENCIA NORTE AMERICANA

Estados Unidos ocupo el país desde 1915 hasta 1934. Desde 1957 "ganó" las elecciones con apoyo Norteamericano y gobernó hasta 1971 Francois Duvalier, alias "Papa Doc", temible dictador que llegó a proclamarse "presidente vitalicio". Lo sucedido su hijo, Jean Claude Duvalier quien gobernó hasta 1986. En 1990 triunfa por primera vez en elecciones libres Jean Bertrand Aristide quien es derrocado por un golpe de estado con apoyo de los EE. UU. en 1991. En 2001 vuelve a triunfar Aristide, pero en 2004 es nuevamente depuesto por un golpe y obligado a exilarse.





La tragedia de Haití conmueve.



Como muchos, no puedo apartar mi pensamiento de esas imágenes de terror.



Habiendo conocido la isla, su realidad y su historia, debo decir que me sentí muy representado en las palabras de Eduardo Galeano, abordando el tema de la injusticia social extrema, el desamor, la frivolidad y la utilización de la pobreza por parte del imperio (ver su artículo "Los pecados de Haití" al final de este trabajo).



Deseo aportar mi granito de arena centrando la mirada en otro aspecto de la cuestión, pues siento que la naturaleza está agotando su paciencia y no está lejos el momento en debamos enfrentar como especie, lo que nos negamos a asumir como civilización.



Necesidad de un cambio civilizatorio



Mientras la edad media occidental desaconsejaba apartarse de los dogmatismos filosófico y religioso definidos por el poder, la modernidad abre para el ser humano la posibilidad de aventurarse por el camino de la experiencia propia y la exploración del conocimiento para imaginar el futuro.



El ser humano de la modernidad y sobre todo de la etapa positivista (Europa principio del siglo XIX), comienza a visualizar a la ciencia como un nuevo Dios. Ciencia, progreso y evolución social, parecen constituirse en la receta infalible. El elixir capaz de curalo todo. No se trata de un mundo libre de tensiones, sectarismos y pretensiones hegemónicas, pero subyace una esperanza de base en cuanto al futuro. Superado el oscurantismo, "todo lo que venga será inevitablemente mejor". El futuro se supone armónico, sereno, bello.



Históricamente, algún enunciado central de la física pareció anticipar para occidente, el advenimiento de cada nuevo tiempo político y social, otorgando a la vez una idea de lo que habría de acontecer. Así sucedió con la teoría del movimiento de los astros y la tierra (Copernico, Kepler y Galileo), anticipando el fin del estatus quo y la idea de que Dios ya había hablado de una vez y para siempre. De un modo similar los enunciados de la física Newtoniana y el principio de Lavoisier generan las bases para el desarrollo tecnológico y el ocaso del feudalismo. Y para lo que me interesa llegar a concluir, son los efectos filosóficos concretos de la teoría de la relatividad general enunciada por Alberto Einstein, lo que preanuncia el fin del idilio. El conocimiento, la ciencia y la razón no conducen irremediablemente al bien común. En otras palabras, el nuevo Dios no funciona como una especie de ley de la gravedad que hará caer todo para el lado del bien. Bueno y malo pasan a ser caras de una misma moneda.



Quizá sea momento de explicar que no es mi intención establecer una relación causa efecto entre teorías físicas o físico-químicas y evolución socio política, tema por demás complejo y sobre el cual hay mucho y muy bueno escrito. Mucho menos utilizar la tragedia de Haití para una suerte de regodeo intelectual. Simplemente trato de establecer las bases para reflexionar sin preconceptos, ataduras dogmáticas y verdades absolutas, el complejo momento que estamos viviendo. Se amasa una nueva cosmovisión.



Ya no me alcanza con buscar y encontrar responsabilidades ajenas.



Progreso ya no es más progreso, racionalismo absoluto es una nueva forma de oscurantismo y las verdades hegemónicas una nueva forma de absolutismo.



Parece indispensable formular una estrategia social, política y económica capaz de reemplazar la priorización del lucro y el consumo, por la justicia social, el cuidado y la sustentación de la vida. En necesario un gran cambio. No alcanzo a imaginar lo que viene y aún cuando se llegue a ser vislumbrado puede que genere dudas, reticencias o dificultades para ser llevado adelante. Sin embargo, también creo que cada día es más fuerte la conciencia sobre inviabilidad del sendero capitalista. Se sostiene solo por la fuerza de inercia de lo que fue y los intereses que pujan por darle continuidad, apoyado en la idea de que es posible eludir consecuencias, pero cada vez estoy más convencido de que la incapacidad por acción u omisión de asumir nuestra propia defensa como sociedad, habremos pagarla enfrentando como especie la interpelación de la naturaleza.



Se me hace tan urgente y angustiosa la situación, que ya no puedo seguir pensando en la formula clásica de reclamar y militar por el cambio. Hoy habría que sumar a eso la responsabilidad de modificar los propios hábitos adquiridos y aunque más no sea en pequeña escala, ir tratando de apartarnos de la cultura hegemónica como aporte concreto y humilde ejercitación de otro modo de pensar.



En otras palabras, es necesario pero no es suficiente con lograr la nacionalización de los bienes naturales y avanzar ciertamente hacia una auténtica justicia social. Se trata además de crecer en tolerancia, valorización de la diversidad y trabajar nuestra propia capacidad de escucha. Dejar de envenenar la tierra, el agua y el aire con sustancias tóxicas y el ambiente social mezquinas y sectarias estrategias de poder o actitudes frívolas y narcisistas.



Mi generación, y aún más las anteriores, llamaban peyorativamente animista a quien se atrevía a hablar del espíritu del cerro, el águila o la lluvia. Con lo años me he vuelto animista y me duele en carne propia el sufrimiento de mis hermanos de especie, de mis hermanos menores, la madre tierra y todo lo que en ella late.



En oriente llaman gran compasión, a la continuidad sensible de uno en el cuerpo del otro, (Soy feliz, si el otro es feliz. Me duele y entristece su sufrimiento. Yo continúo en los demás y soy solo una extensión del resto de la naturaleza). En los últimos años hemos sido testigos de una serie de fenómenos atmosféricos, telúricos y oceánicos de magnitudes alarmantes. Verdaderas catástrofes de proporciones a las que se suma el efecto invernadero, los efectos de la deforestación masiva, el descongelamiento de los polos y retroceso de los glaciares. El planeta cruje. Quizá la ciencia y la "sensatez" digan que terremotos hubo siempre, que siempre hubo pobres y la equidad social es una utopía. Siento que el amor, la sensibilidad y la ternura son el único faro visible.



23-01-2010



PD: Esta mañana lo escuche a Evo Morales y lo sentí muy adelantado en el mismo camino. Si no lo escuchaste y te resulta posible hace clic en el link que sigue:





http://www.proyecto-sur.com.ar/psurinf/psurinf001.html



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Haití, una tragedia evitable.


Por Susana Merino.
Buenos Aires.


No he visto imágenes de lo que está aconteciendo en Haití. Me resisto a enfrentar una pantalla alimentada por el dolor de miles de seres humanos pero incapaz de generar una similar y multitudinaria reacción contra las verdaderas causas de tanto estéril e inhumano sufrimiento.

Esta tragedia, tan terrible como la que, tal vez con menor espectacularidad, asola al mundo a diario, es decir al mundo subdesarrollado, que al decir del teólogo Gustavo Gutiérrez, “no es sino el subproducto del desarrollo de otros países” hambrunas, guerras tribales fomentadas por la codicia de los poderosos, migraciones forzadas hacia otra clase de miseria, la que rodea a las grandes ciudades, es una de las tantas rutinarias consecuencias que golpean pero pasan sin dejar huellas en la conciencia de los grandes grupos económicos y de los gobiernos que los albergan.

Unos y otros en lugar de asumir su propia e innegable responsabilidad, disfrazan sus mezquinas ambiciones bajo la apariencia de una mal disimulada “ayuda solidaria” llevada por lo general curiosamente a cabo por militares cuya formación apunta precisamente a lo contrario.

No faltan tampoco quienes, como el reverendo Pat Robertson, culpan directa o indirectamente de esta tragedia a las oscuras fuerzas del mal convocadas en otros tiempos por el pueblo damnificado, atribuyéndola a un viejo pacto de los haitianos con el diablo o quienes comienzan a sospechar de un seísmo inducido por la Marina usamericana dada su similitud con otros de parecidas características recientemente ocurridos en otros lugares del mundo y que de no existir el Proyecto HAARP, resultaría también poco creíble pero que dados los objetivos y las particularidades de ese proyecto radicado en Alaska, no me atrevería a descartar (ver http://www.haarp.alaska.edu/)

Muchos han sido también quienes han invocado a Dios preguntándose como lo hiciera el propio Papa Benedicto XVI cuando estuvo en Auschwitz. “¿Dónde estaba Dios en ese momento? ¿Porque se quedó callado? ¿Cómo pudo permitir esta eterna matanza, el triunfo del mal?”

Aunque a mi modestísimo entender habría que recordar que el Creador no solo nos encomendó “dominar a la naturaleza”, lo que no implica destruirla ni exterminarla sino convivir armoniosamente con ella para que sirva de sustento permanente a toda la humanidad. Además de que por medio de Moisés primero y a través de su propio hijo Jesús luego nos dio sendos “instructivos” capaces de asegurarnos una pacífica y fraternal convivencia, que por cierto y evidentemente no hemos sabido llevar a la práctica

Si no hemos sido capaces de aceptar y poner en práctica esas instrucciones mal podemos culparlo de indiferencia y o de sordera sino que por el contrario deberíamos asumir nuestras responsabilidades y buscar los consensos necesarios para cambiar el ya harto deteriorado rumbo de nuestro derrotero.
Nada de lo sucedido es imputable a la naturaleza o a la fatalidad. Es posible que algunos fenómenos climáticos se hallen agudizados por el mal manejo humano pero sus consecuencias afectan de muy distinta manera a aquellos pueblos sometidos a la expoliación y al olvido permanente y a aquellos otros que gozan de mejores parámetros de bienestar o de desarrollo.

Un seísmo similar no hubiera causado los mismos estragos en Japón, ancestralmente golpeado por contingencias de este tipo puesto que su economía le permite prevenirlos adoptando normas constructivas adaptadas a ese tipo de situaciones.

Tampoco Cuba, afectada por los mismos huracanes que Haití, a pesar de no contar con la misma solidez económica que Japón, pero sí con una filosofía de vida más humana se ha visto asolada de la misma manera puesto que mientras durante el último huracán acusó tan solo 4 muertos, Haití llegó a contabilizar más de 800 en la misma oportunidad.

Casi todas las crónicas describen a Haití como uno de los países más pobres del planeta, pocas se detienen a analizar cuales han sido las causas que lo han condenado a esa situación.

Gran parte de sus males procede no solo de la ominosa deuda externa que originariamente le fuera impuesta en 1804, por Francia en oportunidad de su independencia, posteriormente agravada por los EEUU y los organismos internacionales de crédito, cuyas preocupaciones como todo el mundo sabe no pasan por interesarse en la prosperidad y el desarrollo de los países prestatarios, rigurosamente analizada por el CADTM (Comité para la Anulación de la Deuda Externa del Tercer Mundo), sino también por el dumping impuesto por los EEUU a su producción agrícola, que ha derivado en el hecho de que actualmente deba importar todo el arroz que consume desde aquel país al que como dice Eduardo Galeano “los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional”.

Habría muchos otros aspectos que incluir pero sé que ya se ha escrito demasiado y que lo que a mi juicio es más importante destacar es la urgente necesidad de tomar conciencia de que esta clase de desastres no son atribuibles ni a la pasividad de Dios, ni a la Naturaleza, ni a ninguna clase de fuerzas malignas, sino pura y exclusivamente a decisiones humanas nacidas del egoísmo, de la ambición desmedida y del imperdonable desprecio hacia la mayoría de los seres humanos por parte de quienes forman parte del auto excluyente poder que se cree dueño del planeta y si nos descuidamos también de su satélite.

Y para terminar y casi como una curiosidad, quiero recordar que por mi francofonía fui en mi juventud y por un breve lapso secretaria “part time” de M. Hubert Carré, por aquellos tiempos Embajador de Haití en Colombia. Es claro que en ese entonces no había leído aún “Las venas abiertas de América Latina” y aunque mi influencia allí hubiera sido de igual modo absolutamente nula, me hubiera permitido tal vez observar las cosas de otra manera. Pecados de juventud, que le dicen.+ (PE)



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LOS PECADOS DE HAITI
Por Eduardo Galeano


La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó.

Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.

El voto y el veto
Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera. Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole: -Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.

La coartada demográfica
A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:
-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.
Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por Kilómetro cuadrado.

En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado... de artistas.

En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.

La tradición racista
Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene "una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización". Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: "Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses".
Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: "El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro".

En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: "Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas". Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro "puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras".

La humillación imperdonable
En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.

La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.

El delito de la dignidad
Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia , dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.

La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.

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