martes, 1 de diciembre de 2009

PAREJAS DEL MISMO SEXO

Observaciones pastorales, sociales y comunitarias del Centro de la Comunidad GLTTB

El Centro es una Organización de la Sociedad Civil, independiente de toda denominación cristiana, cuya tarea reúne a una comunidad heterogénea de personas: profesionales, clero de diferentes iglesias, ciudadanas y ciudadanos, en el abordaje de la problemática relación entre diversidad sexual e identidad religiosa.
Trabaja en tres grandes áreas que resultan funcionales, en su conjunto, para tales fines:
1. Área de incidencia pastoral, teológica, política.
2. Área de comunicaciones, relaciones con la comunidad, información, educación.
3. Área de trabajo social y salud.
Hemos observado con esperanza y hemos participado también en las acciones de la diversidad sexual a favor de la modificación del Código Civil, a efectos de hacer posible el casamiento de parejas del mismo sexo, para que, al fin, todas las personas puedan tener los mismos derechos en nuestro país.
Derechos económicos y sociales que protegen a sus familias. Pero también la legitimación que muchas personas buscan para su relación de pareja, no solo compuestas por dos personas que comparten un proyecto de vida.
Las parejas del mismo sexo constituyen una familia, son parte de una familia mayor, con padres y madres, hermanas y hermanos. Muchas de estas parejas tienen hijos, que crían con amor y que son fruto de una pareja anterior, o bien fueron concebidos por métodos asistidos.
Las parejas del mismo sexo, construyen su vida familiar en medio de las circunstancias políticas y sociales que compartimos todas las personas, con las notables dificultades que cada ciudadano ha atravesado en nuestro país en lo laboral, social, en materia de salud y educación. Pero no cuentan con los mismos derechos, ni con la misma convicción social que ampara a las demás familias.
La Iglesia Cristiana es un gran refugio en tiempos de crisis para muchas personas. Sin embargo, para gays, lesbianas, travestis, transexuales y bisexuales (glttb) no es un refugio seguro. Por el contrario. En muchos casos, se transforma en una experiencia agobiarte, poblada de amenazas y evasiones.
Ahora, en vísperas del primer casamiento de una pareja de varones, solo se han escuchado las voces de la Iglesia que condenan en términos de: “desorden moral”, “contrario a la naturaleza” o “peligro para la infancia”.
Nadie parece detenerse en la compleja realidad de estas familias, en su necesidad de dignificación y de experiencia del amor de Dios en la comunidad humana.
El Pastor Roberto González es presidente del Centro. Tiene en su haber veintidos años de dedicación pastoral con la diversidad sexual. Egresado del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos, fue ordenado por la Metropolitan Community Church en 1995, una Iglesia inclusiva con ministerio básico para gays, lesbianas, travestis, transexuales y bisexuales.
El criterio del Centro consiste en apoyar a las personas de la comunidad glttb para que persistan en sus iglesias de origen, aquellas en las cuales desarrollaron su concepción de fe, por eso, el abordaje pastoral se halla libre de una cualidad confesional.
Nos hemos apoyado, en el tema particular de las parejas del mismo sexo, -de las relaciones de pareja y su contexto- en algunos trabajos de las Teologías Feministas de la Amistad. Especialmente en las obras de la Dra. Elizabeth Stuart.
Una de las características llamativas, que Roberto acostumbra citar entre sus experiencias, es que, al aparecer con ropa eclesiástica en numerosos eventos públicos y circunstancias de la comunidad glttb, las reacciones de las personas suelen ser intensas, pero siempre predomina la alegría de contar con una visión cristiana que las comprenda y beneficie en sus expresiones de orgullo y dignidad, en el reclamo de sus derechos y en la celebración de sus circunstancias.
En las “Marchas del Orgullo” celebradas anualmente, infinidad de parejas de varones o de mujeres se le acercan para pedirle una oración, un signo de la bendición de Dios hacia ese amor mutuo que se proyecta en un camino de vida.
En los años de su labor ha tenido numerosas experiencias con parejas del mismo sexo, que buscaban una bendición para su relación de amor y compromiso mutuo. Ha conocido sus hogares y sus familias, padres y madres comprometidos en la felicidad de sus hijos o hijas gays, lesbianas o transexuales. Y también la búsqueda de muchas otras parejas que se han
comunicado por medios insólitos porque sabían que era posible, que tenía que haber alguien que, como representante de la Iglesia, les permitiera el testimonio de su compromiso frente a Dios, frente a sus familias y amigos, frente a la comunidad humana.
¿Qué buscan estas personas, habitualmente rechazadas o menospreciadas, tanto por la ley como por el cristianismo? Buscan los mismos derechos. Buscan casarse legalmente como cualquier otra persona. También el derecho a ser llamados y llamadas familia de Dios.
Pero no todas las experiencias se relacionan con el amor y la buena voluntad del entorno de la pareja.
Una noche, cerca de la Pascua de 1994, el Pastor recibió un llamado urgente. Sergio se había arrojado por una ventana del departamento que compartía con su pareja Jorge. El muchacho, de 27 años, brillante y laborioso, padecía de una compleja forma de melancolía crónica por la cual estuvo en tratamiento psiquiátrico durante toda su vida. Jorge estaba en la cocina, finalizando las labores del día, cuando cayó en cuenta de lo que había pasado.
La tarea requirió reconocer el cuerpo, contener la desesperación de Jorge y luego, algo mucho peor: Mediar en el conflicto familiar que se desató. La familia de Sergio, inmediatamente dispuso de bienes y aprovechó el estado de devastación del ánimo de Jorge para excluirlo de todo. Jorge no tenía ningún derecho legal y no pudo siquiera disponer las decisiones finales de su pareja fallecida.
Marcela llamó un día al Centro. No tenía el menor ánimo de seguir viviendo. Estaba cansada de la desesperación y se sentía ir irremisiblemente hacia la marginalidad. Ella vivió durante 25 años con su pareja. Cuando su pareja falleció, Marcela quedó literalmente en la calle. Marcela es una mujer muy capaz, con un currículum profesional impresionante. Sin embargo, desde la pérdida y en el desamparo en que quedó, su vida se fue deslizando hacia
la nada. Ella no tenía ningún derecho. Esto incluye que no tenía derecho a vivir en la casa que compartió durante toda una vida de pareja. Ni sus objetos personales pudo rescatar.
Tampoco tuvo derecho a comprensión y consuelo en su doloroso duelo.
Estos son dos de los “casos” que más han marcado, entre muchos otros similares, la certeza de que es necesario que todas las personas tengamos los mismos derechos.
Unos días atrás un llamado telefónico daba cuenta de una noticia feliz: Mónica y Silvana se comunicaron para decirnos que se han realizado todos los estudios para ser madres. Once años atrás el Pastor González celebró la bendición de esta pareja. Rodeadas entonces de amigas y amigos, madres, padres y familiares Mónica leyó un poema para Silvana y Silvana le cantó una hermosa canción. Ahora quieren asegurarse que su futuro hijo o hija,
sea bautizado por aquella persona que, simplemente, en el nombre de Dios, confió en el bien y la verdad de su amor. Si ellas pudieran casarse, las dos compartirían la potestad de su criatura, ambas mamás podrían reposar en la seguridad de sus derechos. Aquella que tenga mejor cobertura médica podrá facilitarle un buen acceso a la salud. Podrán llevarla a la escuela y retirarla sin subterfugios ni verdades a medias. Podrían tener los mismos derechos y su criatura tendría los mismos derechos de todos los demás chicos.
Roberto y Norberto se conocieron hace veinte años. Cuando empezaron a conversar seriamente, Roberto le contó que estaba divorciado y que tenía un hijo y una hija. Decidieron tomarse las cosas con calma y madurez, pero a los quince días estaban viviendo juntos. No podían separarse. A lo largo de esos años construyeron una familia que incluyó el amor y bienvenida de ambas familias de origen, de los hijos de Roberto y sus tres nietos, el cariño de sus amigas y amigos, de compañeras y compañeros de trabajo. También
tuvieron su casamiento religioso, celebrado por el Obispo de una Iglesia inclusiva, la cobertura de la Obra Social Ferroviaria, que honra su vínculo de pareja, reconociéndolo como familia de un trabajador. Juntos atravesaron las crisis sociales y económicas de este país, juntos confrontaron el desempleo tanto como el exceso de trabajo. Las pérdidas y los nacimientos. La enfermedad y la salud. Solamente falta el reconocimiento legal, que
articula aquello que la sociedad ya asumió y que instrumenta lo que es fundamental para la dignidad humana: El derecho. Los mismos derechos para todas las personas.
En el Congreso de la Nación, María Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans, al presentar el proyecto que inició este debate por el matrimonio de personas del mismo sexo dijo: “Algunos intentarán banalizar lo que hoy se debate en el Congreso. Intentarán circunscribir el reclamo a una fiesta, regalos y libretas…
Este es un debate que, sin dudas, es sobre derechos civiles. Y como tal, sobre la vida cotidiana de las personas.”
La encuestas realizadas por diferentes medios y consultoras han determinado que más del 70 % de la población argentina está de acuerdo con el acceso de las parejas del mismo sexo al matrimonio. Un porcentaje similar también se manifiesta de acuerdo con el fallo de la Jueza Seijas, que ordena al Registro Civil llevar a cometido el matrimonio de una pareja de varones: Alex y José María.
La sociedad argentina, dando una muestra de valores inclusivos, de dignificación de las personas, trata de legitimar aquello que ya ha reconocido de hecho, que las parejas del mismo sexo forman parte de sus familias y comunidad. Que la situación de estas parejas, juega en medio de los afectos, trato, intereses, vecindad, negocios: De su vida cotidiana.
Reconocemos que este debate histórico debe ser acompañado por la Iglesia Cristiana, valorando el testimonio de fe y dedicación de estas parejas a la construcción de una humanidad más justa, en cuyo contexto predomine la orientación del amor, como principio rector de los actos individuales y comunitarios.

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