Como cristianos con una orientación sexual diferente y que además hemos tenido la bendición de poder integrar nuestra fe con nuestra sexualidad, sentimos una profunda necesidad de que nuestros derechos ciudadanos sean equiparados a los de las personas heterosexuales, y uno de ellos, quizá el más importante de todos, es el derecho al matrimonio con todo lo que ello significa.
Afortunadamente en el día de hoy, muchas iglesias y denominaciones cristianas a lo largo de distintos países, se han permitido una profunda reflexión de los aspectos bíblicos, científicos y humanos de la homosexualidad, llegando a comprender que Dios ama y recibe a todos y todas por igual y que la diversidad es una parte esencial misma de la Creación.
Como consecuencia de ello, surge la necesidad de alentar y respaldar las relaciones responsables y duraderas entre personas del mismo sexo, fundamentadas en el amor y el mutuo compromiso. El matrimonio civil es la respuesta compasiva y amorosa para todas aquellas personas que desean unir sus vidas en un proyecto común respondiendo a la necesidad de intimación, de compañerismo y de pertenencia que Dios ha puesto en todos los seres humanos independientemente de su orientación sexual y que se realiza plenamente a través del matrimonio.
Queremos el matrimonio antes que las uniones civiles con plenos derechos, porque éstas últimas de algún modo implican una “tolerancia “ hacia algo intrínsecamente inferior, mientras que el matrimonio como tal, implica una completa aceptación social y dignificación de la persona humana. Por eso reclamamos derechos iguales y no derechos “especiales”. Al negar a las personas homosexuales el derecho al casamiento, el estado no hace más que reforzar y perpetuar el estigma históricamente asociado con la homosexualidad. Al reconocer este y otros derechos, el estado, y afortunadamente también algunas iglesias, ayudarán a dignificar a las personas homosexuales y las relaciones estables y duraderas que las mismas establecen.
Muchas voces opositoras, hacen referencia a que buena parte de las conductas homosexuales tienden a ser riesgosas y poco saludables. No es necesario saber mucho para darse cuenta que minorías marginadas y estigmatizadas como ésta, muy difícilmente pueden sostener un estándar moral elevado, cuando en realidad son obligados a ocultar sus relaciones o establecer relaciones fugaces por temor al rechazo y la vergüenza social. Por este y otros motivos, creemos que no existe mejor alternativa que promover relaciones monogámicas comprometidas (es decir matrimonios) como ideal, tanto para gays como para heterosexuales.
Dado que el matrimonio es inherentemente saludable y bueno, el casamiento entre personas del mismo sexo será también más saludable que cualquiera otra de sus menos permanentes alternativas. Inclusive puede generar una revalorización del matrimonio heterosexual de un modo nuevo, sano y vigoroso.
Permitir que las personas con sexualidad diferente puedan decir “SI QUIERO” podrá ayudar a revertir la tendencia creciente de muchas parejas heterosexuales a decir “nosotros no queremos”.
martes, 1 de diciembre de 2009
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